Jugábamos al fútbol en el Jardín Japonés, como casi cada tarde. Sin embargo, aquel día, mi amigo no pudo esquivarlo, y metió su pierna en el agujero que dejaba la estrecha tapa del sumidero, en forma de flecha, como los dibujos de granito del suelo. Su expresión fue de pánico. Lanzó un alarido, y se contorsionó. Por la herida, se veía el hueso de la rodilla. Nos arremolinamos, pero nadie se atrevía a hacer nada. Algún niño se mareó. Entonces llegó. Le miró, le dijo dos palabras serenas y lo cogió en brazos. Mi amigo estaba tranquilo, todos estábamos tranquilos. Había llegado el médico. Aquél día decidí que quería ser uno de ellos, ayudar a la gente, tranquilizar, quitar el dolor. Félix y la naturaleza tendrían que esperar. Comenzó mi sueño. En Madrid había mejores prácticas. Dejé mi tierra. Dejé el atletismo. Dejé los pájaros. Por mi sueño. En La Princesa, todos eran de otra dimensión: Hematología, Neumo, Reuma, Digestivo, Psiquiatría… Medicina Interna. Pero mi sitio estaba...